viernes, 6 de abril de 2018

Fusiones


Fusiones
Por Kristopher G. Lantén.

Una vez más la lluvia lo hizo quedarse acorralado en su habitación durante la tarde. Sin nada mejor que hacer se asomó con cierta timidez para observar lo que se escondía tras la cortina color vino. Al hacerlo un fugaz relámpago robó su atención momentáneamente y contó con paciencia uno a uno los segundos hasta que el trueno se hizo escuchar: Potente, temible y que sin temor imponía su breve reinado en el cielo.
Carlos entrecerró los ojos para ver lo que había a través de las gotas que caían incesantemente atraídas por la gravedad y contó: Una, dos, tres, cuatro… Cuatro personas más, al igual que él se encontraban tras el cristal de sus ventanas observando el húmedo exterior. Al verlos podía sentirlos cercanos y conectados por un momento, pero extraños y distantes al siguiente. Pensó en el tiempo que llevaba viviendo ahí y lo extraño que era el aún no conocer a nadie. Tal vez era lo mejor pensó reconciliándose consigo mismo.
Sin embargo un pensamiento repentinamente asalto su mente. Se comenzó a preguntar lo qué habría dentro de la mente de esas personas, qué había hecho que específicamente ellos y no nadie más se encontraran al igual que él observando el agua caer, qué extraño poder los había sincronizado o qué decisiones habían tomado a lo largo de su vida  para que todos se encontraran ahí en ese preciso instante.
La misma fuerza que los unió en su momento, los aparto también uno a uno de sus ventanas, todos salvo él. Él no, porque él era distinto, él era especial -o al menos es lo que se decía a sí mismo con frecuencia- él esperaría y acompañaría a la lluvia pacientemente. No, él no era como ellos, él podía ver como cada gota guardaba una hermosura incomprensible, una hermosura efímera, una hermosura suicida.
Un nuevo rayo iluminó el horizonte, la forma dibujada en el cielo le recordó una sonrisa ¿Había sido eso? ¿El cielo le había sonreído por acompañarlo? Él se sabía diferente pero no a ese extremo. Reconfortado por el detalle celestial dirigido a él, abrió su ventana y saco lentamente un brazo para llenarse de la lluvia, de pronto entendió que en ese mundo, no era un extraño, se sentía parte de él. Súbitamente entendió que había sido invitado y ahora era bienvenido. Se negó rotundamente a dejarlo ¡Jamás volvería atrás! No había nada ni nadie que lo retuviera en ese mundo vacío e inocuo.
Algo lo hizo dudar un momento y volvió su vista hacia la habitación donde estaba pero, no, nada lo inspiró a quedarse… Se uniría a ella, se volvería uno con la lluvia. Dos relámpagos más lo invitaban y lo apuraban a unirse, entendía que debían irse ya. Sacó ahora sus dos manos, la cabeza, una pierna y con la mitad del cuerpo ya fuera comenzó  a contar nuevamente: una, dos, tres, cuatro, ¡cinco!, ¡seis! ¡Siete! ¿De dónde habían salido esas siete personas?
Años habían pasado y nunca le habían dirigido ni una mirada ¿Entonces por qué ahora trataban de llamar su atención agitando los brazos? ¿Por qué gritaban? ¿Qué gritaban? La lluvia comenzaba a detenerse, si no se apresuraba pronto lo abandonaría y no tendría la oportunidad de unirse a ella en otra ocasión. Escuchó un trueno más, lo considero el último llamado. Como el último silbatazo del tren que tanto le gustaba tomar cuando niño… No, no podía dejar que la lluvia lo dejase nuevamente en la solitaria oscuridad, tenía que irse ya. Aspiró una gran bocanada de aire, alzó su rostro de cara al cielo, cerró los ojos y se dejó caer.
El impacto hizo que se abrieran nuevamente, lo primero que vio fue el lugar de donde venía. Observó como su cortina se ondulaba tranquilamente con el aire que entraba. Sintió una inmensa necesidad de toser, así que ladeó un poco su cuello. Al hacerlo pudo ver la sangre que emanaba de su cuerpo, veía como se unía a la corriente del agua y comenzaba así su viaje. Lo había logrado se había fusionado con la lluvia y lo demostraba con su sangre.