lunes, 5 de noviembre de 2018

Miradas



¿Alguna vez has visto o tenido alguno de esos anillos que cambian de color dependiendo del estado de ánimo de su portador?
¿Qué me dirías si te contara que yo conocí a alguien a quien le cambiaba el color de los ojos obedeciendo a su propio sentir?
Sí lo sé, en un inicio también sentí que todo era producto de mi imaginación, pero conforme pasaba el tiempo me convencí de que mi mente no me engañaba y realmente sucedía.
Todo comenzó en un momento muy oscuro de mi existencia, ya sabes… de aquellas ocasiones en las que parece que todo en tu vida está mal, cuando la esperanza te abandona y con ella todo el interés que alguna vez llegaste a sentir por las cosas a tu alrededor.
Nunca he sido alguien que va por la calle y le habla a la primera persona que llama su atención (no tengo el valor, ni la seguridad necesarias) sin embargo esa vez fue diferente. Había salido después de una semana o poco más del lugar donde vivía o mejor dicho me recluía.
Me disponía a hacerme de alimentos que me duraran lo más posible para evitar una nueva salida pronto. He de mencionar que casi no comía y cuando lo hacía era porque sabía que necesitaba hacerlo, así que la comida me duraba el doble de lo que debía durarme.
Iba caminando sin ningún pensamiento en particular, (el reflexionar o pensar demasiado las cosas me abrumaba) Cuando sin saber de dónde un magnífico olor femenino me golpeó directamente en las fosas nasales. Fue uno de esos golpes que te ponen alerta y hacen que voltees hacia todos lados.
El olor se volvía tenue con el paso de los segundos y yo no quería perderlo así que primitivamente lo seguí. Era una combinación dulce, entre: fresas, rosas, albaricoque, cerezas y demás olores dulzones que no podía, ni me interesaba ubicar.
No sabía con certeza que era lo que estaba haciendo y cuándo me lo estaba preguntando mentalmente, la pregunta quedó flotando en el aire ya que mi mirada había ubicado a la portadora de semejante aroma. Lo primero que acerté a ver fue su cabello: lo llevaba corto, solo un poco debajo de los hombros, llevaba docenas de trenzas delgadas y adornadas con cintas rojas. Era un día caluroso por lo que llevaba un top por encima de la cintura, su espalda tenía dos pequeños hoyuelos a los costados que por alguna razón me parecieron de lo más atrayentes. Sus piernas se encontraban desnudas desde los muslos hacia abajo ya que vestía un short blanco que dejaba poco a la imaginación.
Ella se había detenido frente al aparador de una tienda y yo seguí caminando a su encuentro con sigilo y cazando su olor. Me detuve a su lado y contemplé sin ver realmente lo que esa tienda tenía para ofrecer.
                             — Siempre me ha gustado ese collar — Dijo refiriéndose a nadie en particular.
                             — Es bonito, pero me gusta más ese otro— Respondí señalando con la vista uno que estaba un poco más atrás.
                             — Supongo… Pero es un tanto discreto para mi gusto.
                             No supe que responder para seguir la conversación y solo me le quedé observando hasta que supongo la incomodé.
                             — Bueno… adiós.
                             — ¡Espera! — Le dije por puro impulso y sin saber que diría a continuación — Mi, mi nombre es Ariel y tú ¿Cómo te llamas? — ¡Fue ahí cuando sucedió por primera vez! Su mirada se cruzó con la mía breves segundos.
                             Sus ojos hasta hacía unos momentos lucían un marrón oscuro y por un breve instante se tornaron color argén (después me di cuenta que era el color que tomaban cuando sentía duda). La vi con extrañeza, pero traté de disimular para evitar asustarla (más).
— Me llamo Felizzia.
Nuevamente me quedé sin más que decir, quería mantenerme en contacto con ella, pues me había cautivado como nadie lo había hecho antes. Sabía que tenía que pedirle su número, sin embargo no me atrevía a hacerlo, los segundos pasaban y el silencio incómodo se hacía cada vez más insoportable.
— ¿Tienes una pluma que me prestes Felizzia por favor? — le dije mientras iba urdiendo un pequeño plan en mi mente.
— No— Me respondió con una sonrisa culpable y echando a perder lo que había pensado.
— Mmmh, de acuerdo. Sé que esto te parecerá un tanto extraño y es obvio que no tienes que hacerlo, pero ¿Me prestarías tu celular, solo un segundo? — Mi plan al parecer se veía menos maniático en mi mente.
 Nuevamente sus ojos tuvieron un cambio súbito dando paso al argén, pero esta vez duró unos segundos más que en la ocasión anterior. El nerviosismo que sentía hizo que le restara importancia al asunto.
Su mano izquierda se movió con cierta lentitud hasta su cadera, tomó su móvil que estaba sujeto entre la tela de su short y su piel. Lo desbloqueó y me lo extendió dirigiéndome una mirada que daba a entender “por favor no vayas a salir huyendo con él”.
Ingresé a su agenda, tecleé mi número y lo guardé.
— ¡Listo! — le dije con el tono que usaría alguien que ha realizado el mayor logro de su vida — Ahora tienes mi número, por si en algún momento te apetece hablar con alguien.
Intercambiamos un par de incómodas despedidas y ella retomó su camino, contrario al mío.
Yo no esperaba nada realmente, aunque por días recordé mi encuentro con ella, así como la magia de sus ojos que trataba de explicar sin poder hacerlo.
Repentinamente me sorprendí soñando con ella, la deseaba, pero solo era su recuerdo… lo que pudo ser… o lo que podría.
Aquel día no esperaba nada (como siempre)… cuando mientras dormía a las 2 o tres de la mañana o de la tarde (no me importaba). Escuché, mi celular vibrar.
¡¡¡¡Holi!!! ¿Me recuerdas? soy Felizzia la chica de la boutique.
No quería caer en desesperación, me convencí de no responderle a los dos segundos de haber recibido su mensaje, pero tampoco quería dejar pasar el tiempo suficiente para que perdiera la atención de mí. ¡No sabía que hacer!
Me convencí de dejar pasar media hora y responderle de la manera más indiferente posible.
— ¿Felizzia? Mmmh ¿Qué boutique? Debes de saber que me la paso en tiendas.
— Sabes qué olvídalo… bye.
Lo había echado a perder con mi humor extraño que pocas personas podían llegar a entender y después de haber pasado mucho tiempo conmigo.
— ¡No, espera! Solo quería hacer un chiste, pero no me entendiste… eres horrible ja, ja, ja.
— ¡Ja!... sigo sin entender, pero bueno. Tengo un problema con mis padres. ¿Puedo llegar ahí contigo?
No sabía qué hacer, obviamente quería contestarle que sí, pero tenía un desorden absoluto. La dejé en “visto” hasta que terminé de ordenar todo (habían pasado dos horas)
— Claro, te envío la ubicación.
Llegó con 5 personas más, riéndose, divirtiéndose y siendo felices de tal manera que me hacía envidiarlas. Obviamente no podía decirle nada… yo la invité.
La música estaba alta (sabía que mañana tendría a la comitiva reclamándome).
Les pedí que no hicieran tanto ruido, pero no les importó.
Botellas rotas, gritos, vómitos, peleas y personas teniendo sexo en los lugares menos indicados fueron la respuesta a mi proposición romántica.
El alcohol y las cosas que me ofrecieron hicieron que dejara del lado al amor que buscaba. De pronto nada me importaba. El mañana había dejado de existir para mí.
Pero por infortunio yo no había dejado de existir para el mañana y cuando desperté (en el suelo con mi mascota al lado) sonaba música que nunca había escuchado, había gente en mi departamento que nunca había visto y no paraban de tocar la puerta… Abrí «lo sabía» pensé. Ante mí había cinco personas reclamando el escándalo de la noche anterior. Traté de explicar lo sucedido, pero sus reclamos me hicieron doler la cabeza, así que por primera vez en mucho tiempo me armé de valor y ante todos  grité: ¡Quéjense con quien sea dueño o dueña de esta pocilga!... Era yo.
 Y cuando busqué a los culpables dentro del departamento solo encontré a Felizzia en mi cama durmiendo tan inocente como si no hubiera pasado nada.
Me acosté a su lado, y cuando al fin mi cabeza dejaba de dar vueltas escuché:
— Buenos días—  Con un tono esmeralda en sus ojos.
No respondí, estaba hermosa,  sus labios me llamaban (aun sin que ella lo supiera)… Me acerqué y la besé. Ella no me detenía por lo que de sus labios pasé al cuello, del cuello a los hombros y de los hombros al resto de su piel.
Creo que por primera vez hice el amor de forma salvaje. Por un par de veces mientras hacía acopio de mis mejores trucos vi el color del fuego en sus ojos. Fatigados nos separamos y no mediamos palabra.
No la había desnudado por completo así que al terminar se limitó a arreglar su ropa y se levantó de la cama dirigiéndome una mirada de color alazán.
     ¿Qué sucede? — Le pregunté.
  Nada… ¿Por qué?
— No sé cómo explicarlo,  pero tu mirada me hace sentir que hay algo mal.
— No… no pasa nada, es solo que…
— ¿Qué?
— Mañana te olvidaras de mí.
— ¿Qué te hace pensar eso?
— Siempre es así.
— Tal vez sea porque nadie ha encontrado la magia en ti.
— No hay magia en mí.
— Que no la veas, no significa que no la tengas. Todos tenemos magia corriendo en las venas, pero solo pocos podemos verla.
— ¡ja, ja, ja! Eres tan cursi y optimista que empiezas a parecerme una persona linda. — su mirada era de color añil, no sabía que podía significar – curiosidad— pero sabía que iba por buen camino.
— Podré ser todo lo que quieras Felizzia, pero no soy lo que dices.
Me vio de tono cerúleo y se fue… dejando a las personas que había traído la noche anterior tras de sí.
Pasaron días y en cada uno de ellos moría por hablarle, pero no lo hacía por orgullo idiota.
Soñé con ella una y otra vez, pero mi “orgullo” era más fuerte. No le hablaría si ella no lo hacía primero…
                             Soñaba con ella. No a diario, pero la veía constantemente, sin embargo al despertar esperaba estuviera ahí.  Hasta que un día la vi a través de los árboles.
                             En mi imaginación viví mil vidas con ella, pero al verla no supe cómo reaccionar… fingí no verla, hasta que grito mi nombre…
                             Me volví y la miré  a los ojos….
— ¡Hola!
— Hola, ¿Cómo estás?
  Perdón por lo del otro día… estaba pérdida y  solo buscaba alguien que me hiciera sentir segura.
— ¡ja! Yo estoy buscando eso desde que nací.
La invité a desayunar y para mi sorpresa accedió sin pensarlo. La hice reír. De hecho me era fácil hacer reír a quien fuera, de todas las personas que había llegado a conocer en la vida no había faltado alguien a quien le pudiera robar una risa memorable, de alguna forma eso contrastaba con mí día a día dentro de mí.
Era feliz, pero aun así una persona triste. No obstante… la vida me satisfacía, buscaba algo más, pero no sabía qué, tal vez nunca llegara
Caminamos un tiempo después de desayunar hablando de mil cosas y la tarde nos alcanzó. De alguna forma terminamos una vez más en mi departamento, no buscaba nada más, su sola compañía me era suficiente, en algún punto hizo un comentario y no paramos de reír durante minutos y en algún momento su mirada se volvió fucsia, sus ojos estaban anegados con  lágrimas de felicidad de alguna forma sabía que el color de sus ojos indicaban que se estaba enamorando de mi e irremediablemente yo de ella.
Con ese dolor insoportable que te da en el estómago después de un acceso de risa, la tomé de la nuca y la atraje hacía mí, el color del fuego  envolvió su mirada y ella misma se convirtió en mi mujer de fuego. Las palabras estaban de más, su piel quemaba, sus besos ardían, la tranquilidad dejó de existir por minutos que se me antojaban milenios, el único lenguaje que existía era el de las caricias y miradas multicolores que no me tomaba el tiempo de descifrar, ella se convirtió en mi mundo y en mi centro gravitatorio lo demás dejó de importarme, ella era mi todo y deseaba que no se terminara nunca.
Sin embargo, todo termina. El encanto se pierde, las vivencias otrora únicas se vuelven cotidianas. Pasé con ella experiencias inolvidables que nadie más podría volver a darme. Fueron años en que pasamos de todo, momentos dulces y amargos. Pensé que ella sería la mujer que tendría por el resto de mi vida para compartir cada segundo y cada respiración que mi cuerpo me permitiera, pero un día de la nada mientras tomábamos nuestro desayuno, su mirada me lo dijo todo. Se había tornado del color que toma el cielo antes de la tormenta y me percaté de que no había nada más que hacer.
Me dijo que teníamos que hablar, yo sabía hacia donde se dirigía todo y quise evitarlo a toda costa, solo contesté que lo sabía, empaque mis cosas que en algún momento llegué a pensar nunca más tendrían que volver a ser empacadas y salí de su vida. No quise respuestas y explicaciones, de nada me servirían. No me importaba si había alguien más o si solo se había aburrido de mí.
Le deseé éxito y buena suerte con sus planes a futuro y cerré la puerta tras de mí, durante noches me preguntaba que si hubiera podido hacer algo diferente…
Ahora con mi vida sin rumbo, solo tengo una certeza, que ella será la única chica especial en mi vida  de ojos marrones color del arcoíris y de la que tuve el privilegio de enamorarme.