¿Alguna vez has visto o tenido alguno de esos anillos que cambian de
color dependiendo del estado de ánimo de su portador?
¿Qué me dirías si te contara que yo conocí a alguien a quien le
cambiaba el color de los ojos obedeciendo a su propio sentir?
Sí lo sé, en un inicio también sentí que todo era producto de mi
imaginación, pero conforme pasaba el tiempo me convencí de que mi mente no me
engañaba y realmente sucedía.
Todo comenzó en un momento muy oscuro de mi existencia, ya sabes… de
aquellas ocasiones en las que parece que todo en tu vida está mal, cuando la
esperanza te abandona y con ella todo el interés que alguna vez llegaste a
sentir por las cosas a tu alrededor.
Nunca he sido alguien que va por la calle y le habla a la primera
persona que llama su atención (no tengo el valor, ni la seguridad necesarias)
sin embargo esa vez fue diferente. Había salido después de una semana o poco
más del lugar donde vivía o mejor dicho me recluía.
Me disponía a hacerme de alimentos que me duraran lo más posible
para evitar una nueva salida pronto. He de mencionar que casi no comía y cuando
lo hacía era porque sabía que necesitaba hacerlo, así que la comida me duraba
el doble de lo que debía durarme.
Iba caminando sin ningún pensamiento en particular, (el reflexionar
o pensar demasiado las cosas me abrumaba) Cuando sin saber de dónde un
magnífico olor femenino me golpeó directamente en las fosas nasales. Fue uno de
esos golpes que te ponen alerta y hacen que voltees hacia todos lados.
El olor se volvía tenue con el paso de los segundos y yo no quería
perderlo así que primitivamente lo seguí. Era una combinación dulce, entre:
fresas, rosas, albaricoque, cerezas y demás olores dulzones que no podía, ni me
interesaba ubicar.
No sabía con certeza que era lo que estaba haciendo y cuándo me lo estaba
preguntando mentalmente, la pregunta quedó flotando en el aire ya que mi mirada
había ubicado a la portadora de semejante aroma. Lo primero que acerté a ver
fue su cabello: lo llevaba corto, solo un poco debajo de los hombros, llevaba docenas
de trenzas delgadas y adornadas con cintas rojas. Era un día caluroso por lo
que llevaba un top por encima de la cintura, su espalda tenía dos pequeños
hoyuelos a los costados que por alguna razón me parecieron de lo más
atrayentes. Sus piernas se encontraban desnudas desde los muslos hacia abajo ya
que vestía un short blanco que dejaba poco a la imaginación.
Ella se había detenido frente al aparador de una tienda y yo seguí
caminando a su encuentro con sigilo y cazando su olor. Me detuve a su lado y
contemplé sin ver realmente lo que esa tienda tenía para ofrecer.
—
Siempre me ha gustado ese collar — Dijo refiriéndose a nadie en particular.
—
Es bonito, pero me gusta más ese otro— Respondí señalando con la vista uno que
estaba un poco más atrás.
— Supongo… Pero es
un tanto discreto para mi gusto.
No supe que
responder para seguir la conversación y solo me le quedé observando hasta que
supongo la incomodé.
— Bueno… adiós.
— ¡Espera! — Le
dije por puro impulso y sin saber que diría a continuación — Mi, mi nombre es
Ariel y tú ¿Cómo te llamas? — ¡Fue ahí cuando sucedió por primera vez! Su
mirada se cruzó con la mía breves segundos.
Sus ojos hasta
hacía unos momentos lucían un marrón oscuro y por un breve instante se tornaron
color argén (después me di cuenta que era el color que tomaban cuando sentía
duda). La vi con extrañeza, pero traté de disimular para evitar asustarla
(más).
— Me llamo Felizzia.
Nuevamente me quedé sin más que decir, quería mantenerme en contacto
con ella, pues me había cautivado como nadie lo había hecho antes. Sabía que
tenía que pedirle su número, sin embargo no me atrevía a hacerlo, los segundos
pasaban y el silencio incómodo se hacía cada vez más insoportable.
— ¿Tienes una pluma que me prestes Felizzia por favor? — le dije
mientras iba urdiendo un pequeño plan en mi mente.
— No— Me respondió con una sonrisa culpable y echando a perder lo
que había pensado.
— Mmmh, de acuerdo. Sé que esto te parecerá un tanto extraño y es
obvio que no tienes que hacerlo, pero ¿Me prestarías tu celular, solo un
segundo? — Mi plan al parecer se veía menos maniático en mi mente.
Nuevamente sus ojos tuvieron
un cambio súbito dando paso al argén, pero esta vez duró unos segundos más que
en la ocasión anterior. El nerviosismo que sentía hizo que le restara
importancia al asunto.
Su mano izquierda se movió con cierta lentitud hasta su cadera, tomó
su móvil que estaba sujeto entre la tela de su short y su piel. Lo desbloqueó y
me lo extendió dirigiéndome una mirada que daba a entender “por favor no vayas
a salir huyendo con él”.
Ingresé a su agenda, tecleé mi número y lo guardé.
— ¡Listo! — le dije con el tono que usaría alguien que ha realizado
el mayor logro de su vida — Ahora tienes mi número, por si en algún momento te
apetece hablar con alguien.
Intercambiamos un par de incómodas despedidas y ella retomó su
camino, contrario al mío.
Yo no esperaba nada realmente, aunque por días recordé mi encuentro
con ella, así como la magia de sus ojos que trataba de explicar sin poder
hacerlo.
Repentinamente me sorprendí soñando con ella, la deseaba, pero solo
era su recuerdo… lo que pudo ser… o lo que podría.
Aquel día no esperaba nada (como siempre)… cuando mientras dormía a
las 2 o tres de la mañana o de la tarde (no me importaba). Escuché, mi celular
vibrar.
— ¡¡¡¡Holi!!! ¿Me
recuerdas? soy Felizzia la chica de la boutique.
No quería caer en desesperación, me convencí de no responderle a los
dos segundos de haber recibido su mensaje, pero tampoco quería dejar pasar el
tiempo suficiente para que perdiera la atención de mí. ¡No sabía que hacer!
Me convencí de dejar pasar media hora y responderle de la manera más
indiferente posible.
— ¿Felizzia? Mmmh ¿Qué boutique? Debes de saber que me la paso en
tiendas.
— Sabes qué olvídalo… bye.
Lo había echado a perder con mi humor extraño que pocas personas
podían llegar a entender y después de haber pasado mucho tiempo conmigo.
— ¡No, espera! Solo quería hacer un chiste, pero no me entendiste…
eres horrible ja, ja, ja.
— ¡Ja!... sigo sin entender, pero bueno. Tengo un problema con mis
padres. ¿Puedo llegar ahí contigo?
No sabía qué hacer, obviamente quería contestarle que sí, pero tenía
un desorden absoluto. La dejé en “visto” hasta que terminé de ordenar todo
(habían pasado dos horas)
— Claro, te envío la ubicación.
Llegó con 5 personas más, riéndose, divirtiéndose y siendo felices
de tal manera que me hacía envidiarlas. Obviamente no podía decirle nada… yo la
invité.
La música estaba alta (sabía que mañana tendría a la comitiva
reclamándome).
Les pedí que no hicieran tanto ruido, pero no les importó.
Botellas rotas, gritos, vómitos, peleas y personas teniendo sexo en
los lugares menos indicados fueron la respuesta a mi proposición romántica.
El alcohol y las cosas que me ofrecieron hicieron que dejara del
lado al amor que buscaba. De pronto nada me importaba. El mañana había dejado
de existir para mí.
Pero por infortunio yo no había dejado de existir para el mañana y
cuando desperté (en el suelo con mi mascota al lado) sonaba música que nunca
había escuchado, había gente en mi departamento que nunca había visto y no
paraban de tocar la puerta… Abrí «lo sabía» pensé. Ante mí había cinco personas
reclamando el escándalo de la noche anterior. Traté de explicar lo sucedido,
pero sus reclamos me hicieron doler la cabeza, así que por primera vez en mucho
tiempo me armé de valor y ante todos
grité: ¡Quéjense con quien sea dueño o dueña de esta pocilga!... Era yo.
Y cuando busqué a los
culpables dentro del departamento solo encontré a Felizzia en mi cama durmiendo
tan inocente como si no hubiera pasado nada.
Me acosté a su lado, y cuando al fin mi cabeza dejaba de dar vueltas
escuché:
— Buenos días— Con un tono esmeralda
en sus ojos.
No respondí, estaba hermosa,
sus labios me llamaban (aun sin que ella lo supiera)… Me acerqué y la
besé. Ella no me detenía por lo que de sus labios pasé al cuello, del cuello a
los hombros y de los hombros al resto de su piel.
Creo que por primera vez hice el amor de forma salvaje. Por un par
de veces mientras hacía acopio de mis mejores trucos vi el color del fuego en
sus ojos. Fatigados nos separamos y no mediamos palabra.
No la había desnudado por completo así que al terminar se limitó a
arreglar su ropa y se levantó de la cama dirigiéndome una mirada de color
alazán.
—
¿Qué sucede? — Le pregunté.
— Nada… ¿Por qué?
— No sé cómo explicarlo, pero
tu mirada me hace sentir que hay algo mal.
— No… no pasa nada, es solo que…
— ¿Qué?
— Mañana te olvidaras de mí.
— ¿Qué te hace pensar eso?
— Siempre es así.
— Tal vez sea porque nadie ha encontrado la magia en ti.
— No hay magia en mí.
— Que no la veas, no significa que no la tengas. Todos tenemos magia
corriendo en las venas, pero solo pocos podemos verla.
— ¡ja, ja, ja! Eres tan cursi y optimista que empiezas a parecerme
una persona linda. — su mirada era de color añil, no sabía que podía significar
– curiosidad— pero sabía que iba por buen camino.
— Podré ser todo lo que quieras Felizzia, pero no soy lo que dices.
Me vio de tono cerúleo y se fue… dejando a las personas que había
traído la noche anterior tras de sí.
Pasaron días y en cada uno de ellos moría por hablarle, pero no lo
hacía por orgullo idiota.
Soñé con ella una y otra vez, pero mi “orgullo” era más fuerte. No
le hablaría si ella no lo hacía primero…
Soñaba con ella. No
a diario, pero la veía constantemente, sin embargo al despertar esperaba
estuviera ahí. Hasta que un día la vi a
través de los árboles.
En mi imaginación
viví mil vidas con ella, pero al verla no supe cómo reaccionar… fingí no verla,
hasta que grito mi nombre…
Me volví y la
miré a los ojos….
— ¡Hola!
— Hola, ¿Cómo estás?
— Perdón por lo
del otro día… estaba pérdida y solo
buscaba alguien que me hiciera sentir segura.
— ¡ja! Yo estoy buscando eso desde que nací.
La invité a desayunar y para mi sorpresa accedió sin pensarlo. La
hice reír. De hecho me era fácil hacer reír a quien fuera, de todas las
personas que había llegado a conocer en la vida no había faltado alguien a
quien le pudiera robar una risa memorable, de alguna forma eso contrastaba con
mí día a día dentro de mí.
Era feliz, pero aun así una persona triste. No obstante… la vida me
satisfacía, buscaba algo más, pero no sabía qué, tal vez nunca llegara
Caminamos un tiempo después de desayunar hablando de mil cosas y la
tarde nos alcanzó. De alguna forma terminamos una vez más en mi departamento,
no buscaba nada más, su sola compañía me era suficiente, en algún punto hizo un
comentario y no paramos de reír durante minutos y en algún momento su mirada se
volvió fucsia, sus ojos estaban anegados con lágrimas de felicidad de alguna forma sabía
que el color de sus ojos indicaban que se estaba enamorando de mi e irremediablemente
yo de ella.
Con ese dolor insoportable que te da en el estómago después de un
acceso de risa, la tomé de la nuca y la atraje hacía mí, el color del
fuego envolvió su mirada y ella misma se
convirtió en mi mujer de fuego. Las palabras estaban de más, su piel quemaba,
sus besos ardían, la tranquilidad dejó de existir por minutos que se me
antojaban milenios, el único lenguaje que existía era el de las caricias y
miradas multicolores que no me tomaba el tiempo de descifrar, ella se convirtió
en mi mundo y en mi centro gravitatorio lo demás dejó de importarme, ella era
mi todo y deseaba que no se terminara nunca.
Sin embargo, todo termina. El encanto se pierde, las vivencias
otrora únicas se vuelven cotidianas. Pasé con ella experiencias inolvidables que
nadie más podría volver a darme. Fueron años en que pasamos de todo, momentos
dulces y amargos. Pensé que ella sería la mujer que tendría por el resto de mi
vida para compartir cada segundo y cada respiración que mi cuerpo me
permitiera, pero un día de la nada mientras tomábamos nuestro desayuno, su
mirada me lo dijo todo. Se había tornado del color que toma el cielo antes de
la tormenta y me percaté de que no había nada más que hacer.
Me dijo que teníamos que hablar, yo sabía hacia donde se dirigía todo
y quise evitarlo a toda costa, solo contesté que lo sabía, empaque mis cosas
que en algún momento llegué a pensar nunca más tendrían que volver a ser
empacadas y salí de su vida. No quise respuestas y explicaciones, de nada me
servirían. No me importaba si había alguien más o si solo se había aburrido de
mí.
Le deseé éxito y buena suerte con sus planes a futuro y cerré la
puerta tras de mí, durante noches me preguntaba que si hubiera podido hacer
algo diferente…
Ahora con mi vida sin rumbo, solo tengo una certeza, que ella será
la única chica especial en mi vida de
ojos marrones color del arcoíris y de la que tuve el privilegio de enamorarme.