De niña, yo solía jugar con la muerte y esta me enseñó que a diferencia de los seres vivos, ella no podía definirse como “hombre” o como “mujer”. Simplemente “era” y “existía” desde el inicio y lo más probable es que también estaría para contemplar el final. Eso era lo que ella decía, aunque al ser muy pequeña no lo comprendía del todo. Lo único que sabía es que la muerte era agradable. Cuando no se encontraba ocupada me seguía a todos lados. Estaba conmigo en casa cuando comía o jugaba, en la escuela o en los parques, también mientras dormía, en todo momento estaba ahí, observándome, cuidándome, sonriéndome.
Cuando era niña, yo solía jugar con ella, le explicaba mi origen y naturaleza. La veía tratar de comprender lo que le explicaba y me divertía ver sus curiosos ojos abiertos de par en par observándome. Me esforzaba por ser agradable con ella, siempre que podía me encargaba de acompañarla a cualquier lugar: la escuela, en casa, en los parques y museos. Trataba de estar siempre presente: observándola, protegiéndola, sonriéndole… amándola.
La primera vez que logré verla, me asustó tanto que salí huyendo de la oscura habitación donde me encontraba, lágrimas de terror cubrían mi rostro y mi corazón palpitaba desenfrenado cuando llegué a refugiarme con un abrazo aprensivo a las piernas de mi madre, quien me preguntó lo qué había sucedido y sin saber cómo sólo respondí: La muerte ha venido a buscarme. Y por un tiempo le temí a la oscuridad.
La primera vez que la vi, terminaba de segar una vida en un hospital cualquiera. Justo cuando me marchaba escuché el grito de su primer llanto, estaba acostumbrado a todo tipo de gritos, pero había algo diferente en este, lo que tuvo como resultado que me acercara curioso y desde ese momento quedé prendado de su alma. Aún sabiendo que era incorrecto me mostré en varias ocasiones cuando ella aún no tenía conciencia, sin embargo el tiempo para mí es distinto a cómo transcurre para los seres humanos. No había notado que la chispa de inteligencia había brotado ya en su mirada y una noche me descubrió en la oscuridad observándola. Estoy acostumbrado a que hombres y mujeres me teman por igual, muy pocas veces me presento ante ellos -Sólo cuando la inevitabilidad apremia- pero en su alma había un magnetismo que me atraía aún sin desearlo. Cuando me vio sus ojos casi salieron de sus orbitas, el color dejó su rostro, para tranquilizarla le dije mi nombre, pero un grito fue su única respuesta y con tristeza la vi huir de mí.
De niña, yo solía soñar con la muerte, se me presentaba cada noche y hablaba conmigo, decía que no debía temerla, que su papel en la vida era tan natural como respirar o comer, decía que buscaba una amiga, alguien que no huyera de ella como hacía la mayoría, me prometía que me mantendría a salvo. Yo también me sentía sola como ella así que accedí, pronto dejó de aparecer en mis sueños y se hizo presente en mi vida. Era extraña, siempre cambiaba de forma a veces se parecía a algún niño más en mi escuela, a veces era mi madre, en ocasiones era el viento o un árbol, a menudo la veía volar sobre mí en forma de ave. Siempre supe cuando se trataba de ella. Había un brillo que la rodeaba y la delataba cada vez.
Cuando era niña, yo solía presentarme en sus sueños, de esta manera podía ver lo inofensivo que era y que solamente buscaba su compañía, podía pasar noches enteras siguiéndola en su mundo, explicándole cosas como que la oscuridad solamente era la ausencia de luz y que no debía temer de ella. Que aunque no me viera yo estaría ahí con ella protegiéndola. Pronto me aceptó en su vida y pude pasar tiempo a su lado, trataba de explicarle la forma en que yo veía al mundo y al mismo tiempo la escuchaba extasiado cuando ella me daba su versión de las cosas, su mente infantil podía ver y entender con tal claridad lo que le explicaba y lo que sucedía a nuestro al rededor, tanto así que muchas veces me cuestioné el “¿Quién enseñaba a quién?”
Comprendí pronto que mi amistad con la muerte no era algo para decirse en voz alta, tenía que ser una amistad reservada para nosotras dos solamente. La gente no comprendía como alguien podía sentirse cómoda ante la "idea" de que la muerte seguía cada paso que daba, lo que nunca entendieron es que ella no me seguía, yo siempre iba tras ella. Me recluyeron con personas desconocidas que fingían comprender lo que me pasaba. Para escapar de ellos y sus mentiras, tuve que aprender a mentir y fingir de igual forma. Con el objetivo de poder reunirme con la muerte... en secreto.
Comprendió pronto que nuestra amistad no era algo que ella pudiera decir en voz alta, era mal vista e incomprendida, le atrajo varios problemas a lo largo de los años, yo tristemente sólo podía ser testigo mudo de lo que la hacían sufrir. En dos ocasiones traté de ayudarla, llevándome a aquellos humanos que la cuestionaban sin parar sobre su amistad conmigo, pero no funcionó en absoluto, siempre habían más de ellos, por primera vez odié a la humanidad. Sin embargo ella logró perseverar sin mi ayuda, aprendió a manejarlos como una experta y pronto se deshizo de ellos, aunque tuvimos que aprender a reunirnos en secreto.
Me sentía fuera de lugar, nadie me comprendía salvo ella, la gente que me rodeaba deseaba que me comportara de una manera que no era la mía, para evitar nuevos problemas recurrí a fingir una vez más, decía lo que sabía quería ser escuchado, comía lo que debía ser comido, bailaba como se suponía que debía bailar, pero no era algo que pudiera hacer por siempre necesitaba huir de ellos, eran nocivos para mí, mi mente y sobretodo para mi única amiga.
Siempre me he sentido fuera de lugar con la humanidad, nadie a lo largo de los siglos me ha comprendido salvo ella, la gente a mi alrededor busca que me comporte de una forma que no es la mía, que tenga piedad cuando vengo por ellos, pero pronto notan que es en vano, yo no tengo que fingir con ellos, yo no soy su amiga, no tienen poder sobre mí, a lo largo de toda su vida buscan huir de mi como si fuera alguien nocivo, y al final algunos se aferran con tal fuerza que solo despiertan en mí una lastima miserable.
Mientras crecia, mi amor por la muerte lo hacia conmigo, con ella siempre estuve segura, a veces solo me sentía viva cuando sus frios labios se posaban sobre los míos, le contaba mis miedos y mis angustias. Cuando me veía tenía la certeza de que no lo hacía como cualquier otra persona o ser vivo a mi alrededor, su mirada era inquisitiva y sabia que ella miraba la profundidad de mi ser a través de su glaciales cuencas.
Mientras crecía su amor hacia mí también lo hacía, jamás había experimentado algo así, ya que como tal desde el inicio nunca tuve sentimientos, pero ella había despertado algo en mí que la hacía distinta a cualquier otro humano, podía ver a través de ella, podía ver su pureza, sus miedos y las interrogantes de su amor hacía algo que nadie comprendía, ese sentimiento que nadie experimentará por mí nunca más. Al rozar su calida piel me sentía no sólo aceptado, sino deseado como nunca antes.
De joven odié a la muerte, la gente que había crecido conmigo pronto comenzó a partir y aunque nunca había tenido claros mis sentimientos hacia ellos, cuando me fueron arrebatados comencé a sentir un vacio. Primero fue mi madre, después mis abuelos, se llevó asimismo en el mar a uno de mis primos que en la infancia había sido mi compañero de juegos cuando ella se encontraba lejos, me rehusé a verla y cuando se presentaba fingía no notar su presencia como todos los demás, negaba en mi mente que alguna vez hubiera existido. Pronto sus visitas fueron mas esporádicas y cuando accidentalmente me robaba la mirada, podía notar que cada vez se veía más traslucida. Hasta que llego un momento en el que desapareció y no la vi durante años.
Cuando fue joven sentí su odio cuando comencé a llevarme conmigo a varias personas importantes en su vida. Trataba de explicarle como cuando era niña que eso simplemente era una etapa natural que conlleva la vida humana, pero ella se rehusaba a escucharme o a siquiera dirigirme la mirada, comprendia su dolor ya que a menudo las personas se percatan de sus sentimientos hacía los demás demasiado tarde en su corta existencia, pero la culpa que recae en ellos por no haber sabido valorar a tiempo, la delegan hacia su exterior y usualmente me culpan a mí. Eso es un peso que he aprendido a llevar a cuestas durante milenios y que no me causa problema alguno, sin embargo cuando ella lo hizo; me destrozo, perdí las fuerzas necesarias para hacerme presente en su vida y pronto no pude más.
Más adelante traté de llenar el vacío que la muerte había dejado en mi vida a través de los libros, ya que los personajes en ellos llegaban a ser tan reales para mí que no permitiría a nadie arrebatarmelos, ni siquiera a ella. Porque si morían sólo bastaba con retroceder al inicio y vivían nuevamente, sin embargo cuando no estaba en compañía de mis libros, de alguna forma mi mente siempre se las arreglaba para pensar en ella ¿Qué estaría haciendo? sabía que tarde o temprano vendría a buscarme una última vez, pero mientras tanto ¿Se acordaría alguna vez de mi?
Más adelante puse en sus manos sin que ella lo supiese, vidas que estaban más allá de mi control, vidas ficticias que me satisfacía saber la acompañaban. Suponía que pensaba en mí de vez en cuando como cualquier otro, temía el día en que tuviera que presentarme frente a ella por última vez, deseaba que me entendiera, pero sobretodo deseaba que de alguna forma supiera que nunca dejé de pensarla ni un instante.
Cuando fui adulta amé a la muerte, no podía seguir existiendo sin ella en mi vida. La busqué y la llamé durante años, pero ella no acudía. Temí que no volviera más, sin embargo recordé su promesa de protegerme por siempre, así que como último recurso me pusé en peligro. Yo había cambiado demasiado desde la última vez que la había visto, pero ella seguía tal cual la recordaba, su tacto frío permanencia y esa sonrisa que para otros era tétrica, a mi me daba paz.
Cuando fue adulta me amó, durante años la vi buscarme y con pesar yo me ocultaba, pues aunque deseaba volver a estar a su lado, no quería lastimarla una vez más por mi naturaleza, no obstante la seguía oculto en las sombras, se había vuelto callada y solitaria, me preocupaba el no saber lo que sucedía en su mente. Por eso me sorprendió en extremo cuando fue en busca del peligro. No podía seguir siendo testigo mudo de su vida y actué. Maté con un odio sin igual a aquél que trató de dañarla, cuando disponía irme, me detuvo con esa fascinante sonrisa que sólo me hizo responderle de la misma forma.
La muerte me acompañó durante años hasta que una tarde la tristeza asomó en su mirada, no era necesario que dijera nada, mi cuerpo hacia tiempo que había comenzado a marchitarse y aunque traté de preguntarle cuándo sucedería, ella sólo me respondió: pronto.
La acompañé durante años, hasta que un día supe que su final se encontraba próximo, hasta ese entonces no me había percatado como el tiempo había transcurrido sobre su cuerpo haciendo que comenzara a marchitarse. Sabía que me lo preguntaría –uno de sus rasgos era la curiosidad– y creía que podría responderle llegado el momento, pero cuando lo hizo, algo que nunca había sentido -miedo- se apoderó de mí y sólo atiné a responder: Pronto.
El día llegó y el momento estaba próximo, aunque no había querido decirme cuando pasaría, algo dentro de mí me alertaba que no vería el siguiente amanecer. Estaba oscuro cuando desperté y ahí estaba ella observándome como otras tantas veces. Le sonreí como sonríe quien acepta resignadamente su destino, la muerte sin embargo no me dirigió su familiar y tenebrosa sonrisa, sólo me observó como tratando de memorizar cada detalle de mi rostro, algo asomó en sus ojos. Eran dos hermosas perlas que refulgian y que dejaban un camino de luz a su paso... Nunca la había visto llorar.
El día llegó y el momento estaba próximo, algo en su mirada me hizo suponer que ya lo sabía, toda la noche velé su último sueño. Aún estaba oscuro cuando despertó, durante unos breves segundos nos observamos, me dirigió una de sus radiantes sonrisas y yo la miré hipnotizado de pronto toda su vida pasó frente a mí, la vi desde pequeña en aquel hospital y las diferentes etapas en que la acompañé. Los recuerdos se agolpaban uno tras otro sin que pudiera detenerlo, para cuando terminó de mis ojos brotaron dos lágrimas como la de los humanos... No sabía que podía llorar.
El día en que morí no tuve ningún arrepentimiento, salvo no haber pasado más tiempo con mi amiga, con mi amante y confidente. Cuando me explicó que nunca más volveriamos a vernos porque iría a un plano donde ella no tenía acceso, entonces comencé a suplicar por mi vida, no era realmente por mí, sino por ella. No quería dejarla sola una vez más, me pidió que me detuviera con tono conciliador mientras se acercaba. Me acarició el rostro y me besó una última vez, pero éste beso era distinto a los miles que había recibido de ella, tenía un sabor más dulce y embriagaba. No vi nada más, sólo tuve un último momento de lucidez donde me percaté que el verdadero enemigo de la vida no era la muerte... Sino el tiempo.
El día en que ella murió... todo perdió sentido.
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